Si me arrancara la lengua.
Si me arrancara la lengua, tendría menos problemas.
Si me arrancara la lengua, me preocuparía más por lo que
necesito y no por lo que quiero.
Si me arrancara la lengua, ya no comería; y no tendría
que vomitar.
Ya no tendría que reclamarme nada.
Ya no le gritaría al espejo que se ve como un puerco con
un suéter de un poddle.
No humillaría a nadie, no me estaría desquitando de mis
compañeros de la primaria.
No necesitaría sentirme más que todos, aunque por dentro
sé que no soy nadie; que sólo soy una chica con problemas mentales que no sabe
cómo superarlos, pero que tampoco quiere ayuda.
Si me arrancara la lengua, no diría malas palabras, no
mentiría y pecaría menos.
No sería tan soberbia, mis tonos de voz serían lo de
menos.
No tendría de que avergonzarme.
No diría cosas de
las que después me arrepienta.
Leería más.
No me defendería, puesto que no tendría armas.
Tal vez tampoco escucharía; no tendría caso.
Quizá no sabría lo que es el rencor.
Sería menos impulsiva.
No hubiera recibido esa cachetada de mamá.
Todo sería más fácil si me arrancara la lengua.
La joven de 16 años yacía bocarriba con la boca
ensangrentada, al pie de la estufa, había un cuchillo carmesí de su lado
derecho. Su cabeza colgaba, sus ojos llorosos miraban al piso y sus frías,
pálidas y manchadas manos tocaban sus labios, una de ellas traía un sobre y del
lado del remitente sólo decía: POR HOCICONA.