Mientras paseaba por las hermosas estancias, una voz todo dulzura y suavidad le dijo: «Bella princesa, todo lo que estás viendo es tuyo. Danos órdenes, somos tus servidores.» Llena de asombro y emoción Psique miraba en todas direcciones pero no veía a nadie. La voz añadió: «Aquí está tu cámara y tu lecho de plumas; aquí está tu baño, y en la estancia de al lado hay comida.»
Psique se bañó, se puso las preciosas prendas que habían preparado para ella y se sentó en una silla de marfil labrado. Inmediatamente flotó hacia ella una mesa cubierta con platos de oro y los más exquisitos manjares. Aunque no veía a nadie, unas manos invisibles la sirvieron y unos músicos también invisibles tocaron y cantaron para ella.
Psique se pasó mucho tiempo sin ver al dueño del palacio. Él la visitaba sólo de noche y se iba antes del amanecer...
Psique le suplicó a su esposo que le permitiera recibir la visita de sus hermanas.
Al principio, éstas se alegraron de ver que su hermana menor estaba bien, pero muy pronto, al ver el esplendor del palacio de Psique, la envidia se apoderó de sus corazones. Le empezaron a hacer preguntar vulgares acerca de su esposo.
«¿No será un horrible monstruo —le preguntaron—, un dragón que, al final, te devorará? ¡Recuerda lo que dijo el oráculo!»...
George, Margaret. Memorias de Cleopatra I. La Reina del Nilo. El Tercer Rollo. Capítulo 23. pp. 395.
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