viernes, 30 de mayo de 2014

Yo lo hice. Pero no fui yo.

—Técnicamente, el acusado no tuvo nada que ver— excusó la forense frente al juzgado— la víctima ya tenía problemas del corazón.
—Es obvio que el acusado lo sabía, siendo que era su hermana y que su padre había muerto de un paro cardíaco— Interrumpió la parte demandante— la enfermedad no justifica nada, ¿o sí?— se dirigió al jurado.
—Lo justifica todo, señor— replicó la forense. 
—Explíquese.
—Con mucho gusto su señoría, considerando la condición de la "víctima" y su edad, se le dio más importancia al corazón durante la autopsia, los resultados apuntan a una muerta súbita a causa del estrés.—¿Podría explicarle al jurado como se relaciona eso a los problemas del corazón que ya habías sido previamente diagnosticados en el cadáver? 
—Por supuesto, el estrés se compone de tres etapas y cada una tiene un impacto terrible en las personas con esta misma patología. la primera de ellas es la que se conoce como estrés agudo, en dónde se activa nuestro sistema nervioso simpático, lo que se traduce en liberación de catecolaminas, como la adrenalina y la noradrenalina, las cuales a su vez generan una taquicardia soportable para una persona sana. Sin embargo, ¿cómo creen ustedes, honorable jurado, que reaccionaría una mujer de 50 años con problemas del corazón a una taquicardia repentina? Suelen asustarse y preocuparse aún más, lo que empeora la situación. Continuando con esta primera etapa, ésta es la cual nos prepara para huir o pelear, por lo tanto la sangre pone más atención a la oxigenación de los músculos, dejando a nuestro cerebro a un lado.—¿Está sugiriendo que pudo existir una falla cerebral?— Interrumpió pedantemente el abogado demandante.—Es muy probable, ya que no existía una buena irrigación. Regresando y continuando con la segunda etapa, conocida como "Adaptación" o "Resistencia"; tiene que ver con la habituación del individuo ante una situación de estrés extremo. Las catecolaminas liberadas pueden destrozar las fibras de miocitos conductores del músculo cardíaco, lo que nos puede llevar a una fibrilación. Esto nos colocaría en la tercera etapa; "Agotamiento", que es en donde lamentablemente cayó la susodicha víctima. —Su diagnóstico final, entonces es ¿que murió del susto? —Miocardiopatía por Estrés me parece más elegante.—No más preguntas su señoría. Llamo al estrado al acusado, Frederick Kimble.

Nadie en esa sala había notado el hecho de que el Sr. Kimble había estado sudando durante todo el interrogatorio, tenía las pupilas dilatadas y la boca seca. Se levantó, caminó al estrado, temblando y sin poder hablar. Logró sentarse, le acercaron la Biblia.
—Jura usted decir la verdad, ¿y nada más que la verdad?

—Yo... yo no... no la maté—. Fue lo único que alcanzó a decir antes de caerle encima al clérigo.

jueves, 15 de mayo de 2014

Maestros

Te quitan el sueño para que le pongas atención a tus metas. Cuelgan tus errores en una repisa para que haya espacio para tus logros en un vitral. Te siembran una duda, para dispersar tu inseguridad. Cuidan con recelo sus conocimientos para compartirte su experiencia. No te dicen qué hacer porque ya te enseñaron que es lo que NO debes de hacer predicándote con el ejemplo.
                                                                         
Para ser maestro se necesitan ganas, actitud, conocimientos y sobre todo vocación.

Nunca voy a olvidar a esas maestras del kínder que me dedicaron su tiempo para enseñarme lo más valioso que he aprendido y a los que les estoy eternamente agradecida por haberme enseñado a leer y escribir.

Gracias a mi maestra de segundo de secundaria por dejarme esa tarea de leer El Retrato de Dorian Gray y hacer un comentario de cada capítulo; porque ella despertó en mí ese amor por la lectura y ese afán por escribir.

A mi maestra de Danza Árabe que con tanta paciencia y con ayuda del baile me cambió de actitud y todo para mejorar; gracias Erika por transmitirme tu pasión por la danza. Nunca he olvidado ninguna de tus enseñanzas.

A mis maestros de inglés y alemán que me dieron una herramienta importantísima para superarme como persona. Mil gracias por enseñarme lo hermoso que son los idiomas.

A mi maestra de griego en CCH, por hacerme ver el otro lado de la mitología y amarlo profundamente. Porque por ella conocí a Margaret George con sus benditas novelas.

Gracias a todos los maestros que han sido parte de mi formación y aquellos que siguen en ella, por ustedes puedo decir que las ganas de estudiar y seguir adelante no se van a ir.


¡Feliz día del maestro! 

sábado, 8 de marzo de 2014

Claustroquinetofobia.

Era la única manera de llegar a tiempo a casa, ni si quiera vi su cara, no sé porque no me defendí, ni por qué no la defendí a ella. De cualquier forma, ya estaba a punto de subir. Hablé con papá, insistió que debía esperar a que él fuera por mí, pero estaba muy asustado. Sólo quería llegar a casa sin importar cómo.

Subí, no había mucha gente, sin embargo, eran suficientes para mantenerme incómodo.

Todo empezó  justo como esperaba, ¿el primer paso? Hiperventilar. Intenté calmarme, y no lo logré. Sólo me alteré más, comencé a temblar sin control. No podía ni sostener mi celular (lo único que no me habían arrebatado) entre mis manos. Los temblores persistían, sentía cada una de las miradas, casi podía leerles la mente a todos: ¿Qué le habrá pasado? ¿Por qué actúa así?... Ni siquiera yo lo sabía. O mejor dicho, no podía aceptarlo.

Seguí temblando, sentía como poco a poco se me iba el color del rostro. Miradas acechándome, yo tratando de esquivarlas. No se apartaban de mí ¡Dios! ¿Por qué tenía que ser tan cobarde y tan imbécil? Cualquier otro se hubiera atrevido sin pensarlo.

El temblor se detuvo en mis manos, continuó en mis piernas. El ruido era inevitable. Cerré muy fuerte los ojos. Sentía el temblor en mi boca. Intentaba detener mis piernas con ambas manos. Pero no cedían.

Respiré profundo, apoyé mi cara en mis manos, y mis codos en mis piernas. Hubiera sido relajante si aquel armatoste no se hubiera movido. El transporte se vaciaba. Temblores por todos lados. Sonó mi teléfono, abrí los ojos, no pude contestar. Lo tiré. Bajé la cabeza. Un hombre que iba a lado mío lo recogió del piso y estiró su brazo. Lo imité. Pero sin subir la mirada. Le di las gracias mientras intentaba sacar el dinero exacto para el pasaje.

Saqué un billete, se lo di al chofer y esperé el cambio. Le dije que prefería bajarme en ese punto, justo dónde me esperaría papá. El chofer frenó, abrió la puerta y bajé prácticamente expulsado. Me arañaba el cabello con afán de arrancármelo mientras intentaba no llorar, papá me gritó; estaba con mamá afuera del coche.
Corrió hacia a mí, me abrazó. Lloró conmigo. Le pedí perdón.



No pude salvarla.