¿Cuántas veces nos habíamos cogido de las manos? Y sin embargo aquella vez el gesto parecía diferente, cargado de significado.
Si yo me limitaba a retirar los dedos, a deslizarlos fuera..., todo podría quedar deshecho. Si no lo hacía entonces, quedaría atada para siempre. La presa de sus manos en las mías me parecía que me aprisionaba, como si fuera un cepo. No podía mover los dedos.
-Hablad - dijo Eneas -. Sólo vosotros debéis hablar ahora. No hay sacerdotes ni sacerdotisas, ni madre, ni padre. Como ocurre cuando desaparecen todas las demás cosas y estás solo.
Paris cerró los ojos e inclinó la cabeza, pensando. Nunca me había parecido más juvenil, más encantador. Su pelo claro caía formando hermosas ondas. La luz del fuego convertía en oro su piel perfecta. Con aquella luz, hasta su ropa parecía de oro. ¿Le habría tocado Midas, convirtiéndole en estatua de metal, en lugar de ser vivo?
-Soy Paris, hijo del rey Príamo y de la reina Hécuba de Troya - dijo, levantando la cabeza-. Nací de ellos la noche en que mi madre soñó que daba a luz a una tea ardiente. Uno de mis hermanos proclamó que aquello significaba que yo llevaría el fuego y la destrucción a Troya. De modo que mi madre y mi padre me desterraron, dejándome a la voluntad de los dioses. Pero su voluntad era que yo viviese, y me proporcionaron una maravillosa niñez en las cañadas y los prados del monte Ida, la montaña donde reside el mismo Zeus. -Se detuvo y tomó aliento-. Entonces, cuando estuve preparado, los dioses me llevaron de vuelta a mi verdadero hogar y familia.
El fuego crujió y las llamas se alzaron en aquel momento. Paris se hechó a reír.
-Entonces yo pensaba que no me faltaba nada para mi felicidad. Conocí a mi madre, a mi padre, a mi familia, a primos como Eneas. Pertenecí a su mundo. Pero esa felicidad era tan pálida como el humo moribundo comparada con el fuego que me consumió cuando te vi por primera vez, Helena. -Me cogió el rostro y lo volvió hacia él-. Desde entonces ha sido como si el sol nunca se pusiera, no hay noche. Y por eso ante ti, aquí, me consagro a Helena para el resto de mi vida. No me preocuparé de nada, excepto de ella; no miraré nada más que a ella; no pensaré en nada más que en ella; mientras viva. Me ofrezco a ti por completo, Helena. Por favor, tómame.
Sus ojos me rogaban, como si fuera la primera vez que habíamos hablado de verdad. Como si todo estuviera empezando justamente entonces.
-Te tomo a ti, Paris - respondí, en voz baja. Me costaba hablar, tan afectada estaba por la solemnidad de aquel momento-. Soy tuya para siempre. -No podía decir cuánto y qué significaba aquello. Seguramente, aquellas cuatro palabras lo decían todo.-
Helena de Troya. George, Margaret Parte II. Troya, Capítulo 29. pp. 295-296.
La boda improvisada de Paris y Helena, la mejor boda a la que he asistido; incluso puedo sentir el amor de ambos, es un amor que incluso se puede oler mientras lees; gracias Margaret (':
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