miércoles, 17 de julio de 2013

#CerremosMaskotaMexico

Estás tres palabras prácticamente le han dado la vuelta al mundo. El día 10 de julio me puse a revisar la página DenunciaMaskota (página encargada del “movimiento”) donde se encuentran publicados testimonios de gente que por tenerle lástima a algunos animales “huéspedes” de +Kota, los había adquirido ahí y que llegando a casa morían en las peores condiciones, fotos de chiquitines rescatados de las calles o adoptados, gente publicando fotos sobre las condiciones en las que tiendas +Kota tienen a sus animales, y unas cuantas más sobre algunos establecimientos de Guadalajara clausurados debido a tantas denuncias virtuales. Éstas últimas fueron las que me motivaron a dar una opinión al respecto; según la información de las fotos que muestran estas sucursales, mencionan que varias de las tiendas se cerraron con todo y animales dentro. Vi un comentario que llamó mi atención sobre quién se iba a encargar de alimentar  tantas bocas si el lugar permanecía clausurado (parafraseando) y bueno, la chica está en lo correcto.

No me considero animalista ni mucho menos vegetariana, pero les tengo amor a los animales y les guardo un respeto por haber vivido en esta tierra durante más tiempo que nosotros. No están aquí de adorno.

Ahora, mi punto de vista es el siguiente; empezaré con una pregunta: ¿Qué esperan realmente con la clausura de estos sucursales? ¿Reducir el maltrato animal? Ok, se las compro. Ayudaría muchísimo a que estás tiendas sólo se dedicaran a vender comida, juguetes interactivos y curiosidades para nuestros compañeros. Sin embargo, al cerrar estas tiendas están condenando a perros, gatos, ratones, hámsters, cuyos, aves, peces, patos; etc., a una muerte segura ¿qué creen que pasará con animales que no serán alimentados ni limpiados en tanto tiempo? ¿Llevarlos a un albergue? Por lo que he leído en varias páginas, los albergues están prácticamente hasta el cuello de rescates, el espacio se les agota. Lo que queda es sacrificarlos. Que de hecho es mucho mejor que mantenerlos ahí, o que siguieran en venta.

¿Cuántos de ustedes estarían dispuestos a recibir a un animal en esas condiciones? Considerando el riesgo a que sus demás compañeros o ustedes se pudieran contagiar de alguna enfermedad que el animal en cuestión obviamente trae dentro de sí. Adoptar un animal enfermo es peor que heredar una deuda. Yo sé que muchos de ustedes levantarán la mano y ofrecerán su casa y si tienen los recursos podrán sobrellevarlo; pero si no son suficientes, sólo ayudarán al chiquitín a bien morir y sí, también es aceptable. 


Como ya dije, sé que hay gente dispuesta a aceptarlos a cuidarlos y hasta curarlos. Y es precioso que tengan esa voluntad y esa iniciativa, pero no estamos hablando de cinco tiendas +Kota, según su página de internet; cuentan con más de 100 sucursales en todo el país, 100 sucursales en donde se encuentran (en cada una) cerca de diez especies y quién sabe cuántos ejemplares de cada una. Si se pudiera rescatar a un 0.5% de estos considerando que fueran sólo perros, gatos y conejos (que creo yo, es lo que más se vende) sería mucho. Pero como ya mencioné, es un riesgo que no todos están dispuestos a correr.

Otro detalle que quisiera mencionar es el famoso “No compres, adopta” y estoy de acuerdo. Sucede que la mayoría de los albergues existen para rescatar perros de las calles y es una labor admirable, pero hace poco encontré un artículo en que se menciona que una ex-líder de PETA había renunciado a su cargo porque se dio cuenta que rescatar perros de la calle es contraproducente.. 
Siguiendo con la política de los albergues, tengo el testimonio de una persona que buscó adoptar un perro hace cerca de dos años y preguntó en miles de albergues y ninguno le confirmaba el compañero que esta persona quería adoptar. Según su testimonio le pedían varios requisitos entre ellos: una casa grande muy segura, que el perro estuviera dentro de casa o en su defecto; si contaba con un patio que su zaguán no tuviera ranuras, paredes altas, que no tuviera terraza, fotos de ella y de su familia para ver con quiénes iba a convivir el chiquitín, y que iban a estarla visitando de vez en cuando para ver que el animalito estuviera en buenas condiciones, otros albergues optaban por pedir dos veces al año; una video llamada para ver al perro, y que si cumplía con todos estos requisitos y era apta para adoptar un perro; tenía que hacer un pago de $500 para cubrir con los gastos que hacía el albergue sobre vacunas y esterilización. Me dio una opinión (errada para mi gusto; pero me omito mis comentarios):

"Es más fácil comprar, porque aparte de que escoges perro a tu gusto, tú decides si los dejas tener camada. No que todos esos  te los dan esterilizados y los puedes comprar desde cachorros, no que al adoptar son adultos la mayoría".

Los requisitos son comprensible, los chiquitines que están dentro de los albergues sufrieron maltrato físico, se escaparon o fueron abandonados por falta de espacio o dinero y las personadas encargadas de tan difícil labor buscan evitar que eso vuelva a suceder, además de que cada determinado tiempo (según le notificaron) iban a ir a supervisar que el animalito se encontrara en excelentes condiciones y hablando con esta persona me dijo que no le parecía correcto, puesto que ella estaría sintiendo que está cuidando al perro de otro, y sí; optó por comprar uno. Una opinión personal, es que un grupo contable de este tipo de personas, opina que: “Un amigo no se compra”, bueno, si un amigo no se compra tampoco se tendría que condicionar.

Se está logrando que se empiecen a clausurar los establecimientos sin embargo, no creo que lo que se busque sea que los animales que permanezcan ahí dentro sean llevados a una muerte segura y tratar de mejorar las condiciones en las que viven dentro de estas tiendas del horror podría ser una solución; el inconveniente es el tiempo que tardaría esta iniciativa. Querer llevar a estos animales a un albergue es contraproducente. Y erradicar por completo la venta de animales es prácticamente imposible.

Cerrar las tiendas +KOTA me parece una solución prudente, sacrificar a los animales es teóricamente factible, si se usa el método adecuado. Puede que exista gente que no encuentra otro lugar en donde comprar el alimento para su compañero, y entonces se está dejando a una persona sin recursos. El hecho de que sea prudente no quiere decir que sea factible.

lunes, 15 de julio de 2013

La realidad se llama Verónica.

Hace una semana sonó el teléfono, contesté y era Verónica; mi amiga de la infancia. Ofreciéndome una salida a cenar. Era obvio que no quería cenar, llevaba casi tres días ayunando y no lo iba  echar a perder.
—Ay, Vero; llamaste muy tarde. Ya cené.
—Por eso no te preocupes; mañana paso por ti temprano y desayunamos.
—Pero…
—Nos vemos Jess.
Verónica colgó tan rápido que no me dio tiempo ni de excusarme. Estaba preocupada ¿Qué haría mañana? ¿Mentirle de nuevo? Seguramente comenzaría a sospechar.

Me estuve preparando mentalmente para ese día; ¿a dónde me iba a llevar?, ¿cuáles serían mis excusas?, ¿recurriría al vómito? Algo se me iba a ocurrir. Siempre se me ocurre algo. No soy idiota.

Las pocas horas que pude dormir, dormí tranquila. Desperté con la pregunta de todos los días ¿Podré soportar estar todo el día sin comer?

A las 9:00 sonó el teléfono. Era Verónica, otra vez. Diciéndome que a las 12:00 pasaba por mí. Ni siquiera tenía ganas de arreglarme; pero no tuve opción. Me tardé más de lo normal. Eran dos horas para buscar entre toda mi ropa; alguna que me tapara los huesos pero que al mismo tiempo me hiciera sentir menos gorda.

Sonó el timbre, terminé de rizarme las pestañas, tomé mi bolso y abrí.
— ¿Lista?
—No realmente, yo tenía…
—Anda, vamos; hice una reservación.

Verónica habló muchísimo durante el camino. No entendí mucho, sólo asentía con la cabeza y sonreía para parecer interesada; en mi mente buscaba excusas y soluciones para evitar engordar. Llegó el asqueroso momento. Nos dieron nuestra mesa y el vomitivo menú, Verónica lo leía y lo volvía a leer. Estaba indecisa. Yo ni siquiera lo leí, tuve suficiente con ver las fotos.

— ¿Les puedo tomar su orden?— dijo la camarera.
—Sí, quisiera ordenar…— Me hice la sorda, no quería vomitar antes de tiempo.
— ¿Y para usted? — giró su rostro hacía a mí sin quitar la vista de su pequeña libreta en donde anotaba la orden. Ni siquiera quiero recordar que fue lo que pedí. La chica se dio la media vuelta y se fue.
— ¿Estás segura?— preguntó sorprendida.
— ¿Cómo que si estoy segura?— repelé, haciéndome la desentendida.
—Me refiero a que; es muy poca comida.—Contestó preocupada.
—Y yo pienso que es mucha —susurré.
— ¡¿Qué?!— se exaltó.
—Nada.—fingí.
— ¡No!, sí dijiste algo ¿Por qué dices que es mucha?—Volvió a preguntar en tono insistente.
— ¿Por qué TÚ dices que es poca?—Contesté fastidiada.
—Pareciera que no quieres comer ¿Qué te sucede? ¿Estás enferma?—comenzaba a alterarme los nervios.
—No.—Negué de inmediato.
— ¿Estuviste enferma?
— ¿Enferma de qué?
—Ya sabes, bulimia, anorexia; alguna de esas cosas.
— ¿De qué hablas? —aparentaba sentirme ofendida.
— ¿Cómo que de qué hablo? Cuando éramos niñas comías más que mi papá y ahora no quieres ni ver el menú, ¿estás segura de que nunca te dio nada?
—Nunca fui al médico. No estoy diagnosticada. Así que no.
—Pero lo has hecho, has vomit…
— ¡Pues sí! Sí he vomitado y sí, estoy enferma.
— ¡Jess!
— ¡¿Jess qué?! Querías saber qué pasa conmigo, ¿o no? Pues te diré qué pasa, odio mi cuerpo, me odio a mí misma, odio sentirme gorda, odio ver gente delgada comer, odio tener que vomitar porque no aguanté el ayuno, odio subirme a la báscula y darme cuenta que nunca es suficiente. Amo sentir mis huesos, amo el reflejo de mis clavículas en el espejo. Amo poder terminar un día y poder decir: “No comí nada”, amo decirle que no al desayuno, amo sentir todas y cada una de mis costillas, amo el hecho de que mis piernas no rocen entre sí mientras camino, amo ver un gramo menos en la báscula y ODIO que me traigan a restaurantes tan asquerosos como este.


Verónica y todos los comensales estaban atónitos, llamaron a seguridad. Me tomaron por los brazos. Verónica los detuvo y dijo que ella se encargaría de mí. Y así fue como llegué aquí, para mi mala suerte, Verónica se convirtió en directora de este centro de rehabilitación hace un par de años; llamó a mis padres y arregló todo para que esto no les costara ni un centavo. De haberlo sabido jamás habría hecho esa escena. Pero lo negué por mucho tiempo, tenía que enfrentarme a la realidad. Tenía que enfrentarme a Verónica.