Hace una semana sonó el teléfono, contesté y era
Verónica; mi amiga de la infancia. Ofreciéndome una salida a cenar. Era obvio
que no quería cenar, llevaba casi tres días ayunando y no lo iba echar a perder.
—Ay, Vero; llamaste
muy tarde. Ya cené.
—Por eso no te
preocupes; mañana paso por ti temprano y desayunamos.
—Pero…
—Pero…
—Nos vemos Jess.
Verónica colgó tan
rápido que no me dio tiempo ni de excusarme. Estaba preocupada ¿Qué haría
mañana? ¿Mentirle de nuevo? Seguramente comenzaría a sospechar.
Me estuve
preparando mentalmente para ese día; ¿a dónde me iba a llevar?, ¿cuáles serían
mis excusas?, ¿recurriría al vómito? Algo se me iba a ocurrir. Siempre se me
ocurre algo. No soy idiota.
Las pocas horas que
pude dormir, dormí tranquila. Desperté con la pregunta de todos los días ¿Podré
soportar estar todo el día sin comer?
A las 9:00 sonó el
teléfono. Era Verónica, otra vez. Diciéndome que a las 12:00 pasaba por mí. Ni
siquiera tenía ganas de arreglarme; pero no tuve opción. Me tardé más de lo
normal. Eran dos horas para buscar entre toda mi ropa; alguna que me tapara los
huesos pero que al mismo tiempo me hiciera sentir menos gorda.
Sonó el timbre,
terminé de rizarme las pestañas, tomé mi bolso y abrí.
— ¿Lista?
—No realmente, yo
tenía…
—Anda, vamos; hice
una reservación.
Verónica habló muchísimo durante el camino. No entendí mucho, sólo asentía con la cabeza y sonreía para parecer interesada; en mi mente buscaba excusas y soluciones para evitar engordar. Llegó el asqueroso momento. Nos dieron nuestra mesa y el vomitivo menú, Verónica lo leía y lo volvía a leer. Estaba indecisa. Yo ni siquiera lo leí, tuve suficiente con ver las fotos.
Verónica habló muchísimo durante el camino. No entendí mucho, sólo asentía con la cabeza y sonreía para parecer interesada; en mi mente buscaba excusas y soluciones para evitar engordar. Llegó el asqueroso momento. Nos dieron nuestra mesa y el vomitivo menú, Verónica lo leía y lo volvía a leer. Estaba indecisa. Yo ni siquiera lo leí, tuve suficiente con ver las fotos.
— ¿Les puedo tomar
su orden?— dijo la camarera.
—Sí, quisiera
ordenar…— Me hice la sorda, no quería vomitar antes de tiempo.
— ¿Y para usted? —
giró su rostro hacía a mí sin quitar la vista de su pequeña libreta en donde
anotaba la orden. Ni siquiera quiero recordar que fue lo que pedí. La chica se
dio la media vuelta y se fue.
— ¿Estás segura? — preguntó sorprendida.
— ¿Cómo que si
estoy segura? — repelé, haciéndome la desentendida.
—Me refiero a que;
es muy poca comida. —Contestó preocupada.
—Y yo pienso que es
mucha —susurré.
— ¡¿Qué?! — se exaltó.
—Nada. —fingí.
— ¡No!, sí dijiste
algo ¿Por qué dices que es mucha? —Volvió a preguntar en tono insistente.
— ¿Por qué TÚ dices
que es poca? —Contesté fastidiada.
—Pareciera que no
quieres comer ¿Qué te sucede? ¿Estás enferma? —comenzaba a alterarme los nervios.
—No. —Negué de inmediato.
— ¿Estuviste
enferma?
— ¿Enferma de qué?
—Ya sabes, bulimia,
anorexia; alguna de esas cosas.
— ¿De qué hablas? —aparentaba
sentirme ofendida.
— ¿Cómo que de qué
hablo? Cuando éramos niñas comías más que mi papá y ahora no quieres ni ver el
menú, ¿estás segura de que nunca te dio nada?
—Nunca fui al
médico. No estoy diagnosticada. Así que no.
—Pero lo has hecho,
has vomit…
— ¡Pues sí! Sí he
vomitado y sí, estoy enferma.
— ¡Jess!
— ¡¿Jess qué?!
Querías saber qué pasa conmigo, ¿o no? Pues te diré qué pasa, odio mi cuerpo,
me odio a mí misma, odio sentirme gorda, odio ver gente delgada comer, odio
tener que vomitar porque no aguanté el ayuno, odio subirme a la báscula y darme
cuenta que nunca es suficiente. Amo sentir mis huesos, amo el reflejo de mis
clavículas en el espejo. Amo poder terminar un día y poder decir: “No comí
nada”, amo decirle que no al desayuno, amo sentir todas y cada una de mis
costillas, amo el hecho de que mis piernas no rocen entre sí mientras camino,
amo ver un gramo menos en la báscula y ODIO que me traigan a restaurantes tan
asquerosos como este.
Verónica y todos
los comensales estaban atónitos, llamaron a seguridad. Me tomaron por los
brazos. Verónica los detuvo y dijo que ella se encargaría de mí. Y así fue como
llegué aquí, para mi mala suerte, Verónica se convirtió en directora de este
centro de rehabilitación hace un par de años; llamó a mis padres y arregló todo
para que esto no les costara ni un centavo. De haberlo sabido jamás habría
hecho esa escena. Pero lo negué por mucho tiempo, tenía que enfrentarme a la
realidad. Tenía que enfrentarme a Verónica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario