La verdad no recuerdo cómo ni cuándo fue la primera vez
que cruzamos miradas, hubiera dado lo mismo; podría decirse que estabas
prohibido. Y así era, no te veía ni cómo un quizá, simplemente estabas ahí. La
situación cambió y te diste a la tarea de llamar mi atención; la obtuviste de
inmediato. Te acercaste mucho, te acercaste demasiado. Ojalá nunca lo hubieras
hecho, pero gracias. Gracias por ese hueco primer beso que pareció más deseado
que soñado, gracias porque desde ese momento sentí que las cosas no iban a estar
bien, pero no me importó. No voy a mentirte, sonreía más cuando estaba contigo;
sí, creía estar enamorada. Dejé, cambié y evité muchas cosas por ti, no me arrepiento;
pero tampoco me siento orgullosa. Alejé mi futuro, peleé con mi sangre; me
olvidé hasta de mí. Gracias, gracias porque
volteaste mi mirada a cosas que realmente importan. No me enseñaste a amar,
pero me enseñaste a nunca forzar las cosas por insignificante que pareciera. Me
enseñaste a dudar de cualquier cosa que saliera de tu boca; incluyendo tus
besos. Me regresaste ese instinto de desconfiar de los demás, ese desprecio
hacia los de tu género, ese resentimiento a las emociones. No los acepté.
Simplemente me volví indiferente, ignoré tus intenciones como nunca hice antes.
Antes de saber quién eras, antes de que te quedaras callado.
No sé si es para enorgullecerse, pero no recuerdo mucho
de lo bonito que hubo entre nosotros, rara vez vuelven a mi memoria aquellos
días. Y rara vez los recuerdo con exactitud. Algo pasa conmigo y no sé qué es,
a pesar de que te volviste un par de ayeres borrosos, y recuerdos no gratos,
sigues presente; a veces en mis sueños, a veces en mi ropa. Quizá deba cambiar
mi librero, o reemplazar a Romeo (sí, el pequeño azul, es el único al que puedo
ver aún a los ojos, el único que conservo y sí, le cambié el nombre), ya no me
pongo esa blusa de cumpleaños que compraste; ya no puedo ni siquiera sostenerla
entre mis brazos. Quizá me hace falta verte de nuevo, tal vez, aquella última
ocasión no te dije lo suficiente y no, no quiero insultarte ni armarte ningún
tipo de escena ridícula. Creo que lo único que necesitaría sería escuchar esa
verdad que tanto disfrazaste desde siempre. Pero no, no sé qué haría si te
tuviera otra vez en frente, no quiero ni imaginar la cantidad de cosas y de
emociones que pasarían por mi cabeza y por mi estómago y para serte sincera, no
quiero volver a verte.
Si es que llegas a leer esto o leerlo por completo, ya no
me interesa que creas o que pienses de mí, es más, ni siquiera te molestes en
contestarlo, no quisiera tener ya nada que hablar contigo. Entonces, ¿para qué
te escribo? Sencillo, ¿para qué más escribiría sino para desahogarme?
Desahogarme de ti una última vez, arrancar ese último pedazo tuyo que aún queda
en mí. Te podría decir que me cambiaste la vida, pero no he vivido lo
suficiente, y bueno, la gente no cambia; lo que cambia es el pensamiento.
Cambiaste mis ideas, mis sueños y mis metas, no sé si a tu conveniencia, no me
di cuenta hasta que en mi reflejo noté que no era yo. Al final resultaste una
creación de mi subconsciente. Te diría cómo me ha ido, pero así como no quiero
saber de ti; yo sé que no necesitas saber de mí. Léela en el tono que quieras,
Dios sabe que no te guardo rencor. Y ojalá un día encuentres lo que sea que
estés buscando. Insisto, ni se te ocurra responder…
Escrita el 1° de octubre del 2012.
Charlie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario